Crónicas de Jonatan Leander.

Los servidores de la Play Station habían caído hacía ya más de 3 horas y nos habíamos apalancado en el salón de estar haciendo lo que mejor se nos daba: mirando las revistas porno, jugando dentro de casa con  la pelota de baloncesto usando la papelera como canasta y poniéndonos hasta las cejas.

Algún colega tuvo la maravillosa idea de ponernos a darle el último toque al tema que habíamos estado preparando y no tardamos en apañar todo el material necesario e ir hacía el estudio. Estábamos retocando la base y me encerré en la cabina de audio para comenzar a cantar a capella.

Escuchamos unos ruidos estruendosos que provenían de la ciudad: explosiones, gente corriendo y gritando, vehículos chocando... Aunque en un principio no le hicimos caso, sí joder, estábamos colgados y nos la sudaba bastante. No fue hasta que uno de los colegas alarmado abrió la puerta y unos cabrones apestosos inundaron todo el piso en busca de morder a todo ser vivo que encontraran. De inmediato, al escuchar ruidos del primer piso pillamos toda arma contundente que tuviéramos cerca. Los más espabilados cogieron algunos artilugios de la cocina, desde cuchillos de carnicería hasta las sartén más enorme, de otros que llevaban navajas encima... Bajamos corriendo y no tardamos en liarnos a ostias con esos hijos de puta, hubieron bajas, bastantes, pero más por parte de ellos. Despejamos el piso y amontonamos algunos objetos delante de la puerta para mayor protección.

Cuando el efecto de las drogas ya había marchado tratamos de digerir lo sucedido, teníamos que pillar todo lo que nos fuera a servir, las tripas nos rugían y un montón de ésos habían rodeado el edificio después de todo el alboroto. Antes de que la puerta cediera y terminara cayendo ya teníamos una bolsa con toda la comida que había en la nevera de mis padres, algunas armas que teníamos por allí y finalmente lo más vital, algunos discos de mis temas favoritos: desde hip-hop y todos su derivados, pasando por el rap y trap, algo de funk y algunos de los hits más populares de los 80. Pillé una jodida radio portátil y finalmente un radiocasete para escucharlo.

Salimos cagando leches del apartamento saltando por la ventana hasta caer al jardín, y después salté la jodida verja para acabar de nuevo en la calle. Corrimos como nunca junto la multitud siendo perseguidos por un puto grupo enorme de cabrones apestosos que se abalanzaban sobre nosotros. Joder, la situación era igualita a un juego al que había jugado cuando era un mocoso. Cuando estaban a punto de pisarnos los talones les dimos un giro inesperado, corriendo nuevamente por unas calles menos transitadas. Estábamos sanos y salvos pero no sabíamos como coño saldríamos de esa movida.